No es normal, llevo 5 metros desde que he dejado atrás el último seguro y no hay señales por dónde va la vía. De repente, me invade esa sensación que siempre intento evitar, mis manos no dan más de si y hace rato que he pasado el punto de no retorno. Pensar en un vuelo de 10 metros me hace perder el conocimiento por momentos. Un paso más y alcanzaré una presa de pie donde descansar. Mierda, es mala!! Noto como se rompe una pequeña parte de la presa bajo mi pie derecho. Las manos, prácticamente en adherencia sobre la áspera roca montserratina, parece que van a resbalar. El peso de la cuerda me recuerda lo lejos que estoy de la reunión y pienso en la tranquilidad de mi compañero, seguramente ajeno a mi sufrimiento. Me sorprendo a mí mismo al hacer un paso bastante largo que me coloca sobre una presa de esas marrones, grandes y lisas, donde alguien perforó un buril décadas atrás. Ahora mismo no queda más que el agujero. A duras penas consigo introducir en él el tascón más pequeño de ese juego que siempre llevamos en el arnés y nunca se utiliza. Chapo la cuerda y por ella se desliza, directo hacia el suelo, la cinta exprés con el tascón. Mis manos sudan. Mi tobillo izquierdo hace amagos de baile contemporáneo, mientras el derecho se decanta por un rythm and blues.
Hago unos pasos y finalmente lo consigo. Estoy pletórico, he sufrido mucho pero finalmente lo he logrado. ¡He llegado a la primera reunión de la Sensenom! Un niño pasa por al lado mío con la bicicleta mientras, en el otro lado, dos niñas saltan a la comba. Un excursionista me pregunta por dónde se va al monasterio. Miro hacia el pie de vía, mi compañero acaba de volver del lavabo. -Perdona, ¿quieres que te asegure?.